viernes, 24 de septiembre de 2010

Elogio de Labordeta

Las manos de mi madre… Es el pensamiento que le quiero dedicar a Labordeta, sic (él mismo, a secas).
No quiero hablar de distancias aparentemente insalvables, sino de toda clase de oportunidades para la cercanía que venía siendo este señor (senior= señor): Podía explicar sin más, por ej, que aquel entregado aprendíz… de brujo, Federico Jiménez Losantos, era éso: un ensimismado chaval, lleno de ansias de saber; otro alumno suyo…


El cierzo calvinista me atañe más —ende mucho más que me preocupa— que el tornado bolchevique, pero no son tanto los polvos de la llanura desértica como para no saber apreciar que del horizonte se ha borrado otra sombra protectora, de ésas tan siempre dispuestas y frescas, tan y tan acostumbradas y acogedoras; y tan tan prontas a empezar la siguiente lección… del páramo siguiente…


He de decirte que me he quedado hasta el fin de la película, para verte cómo acababas, y que no he quedado decepcionado, sino terriblemente sorprendido. Las últimas veces que te había visto y oído estabas más cabal que nunca, lleno de vida, hablando de fontanería biológica con naturalidad veterinaria, y buscando prometedores horizontes desde las más inmediatas proximidades, como siempre; como desde tus principios…

Creo dejarte en las mejores manos: en las de esta hermanita que habla de las madres.

Betirako bedi, José Antonio Labordeta jauna.

 

 

viernes, 10 de septiembre de 2010

El final del verano llegó…

31 de Agosto 2010, atardecer en Hendaia

Así comienza una vieja canción, seguramente su mejor parte, antes de lanzarse a rimar partirás con recordarás, y amor y verdaz con corazón y realidaz, tu-tu-tu-tum tu-tu-tu-tum tu-tu-tu-tum.

Hay también otro final del verano, realmente patético en este caso —como que los responsables del invento todavía se siguen lamentando de haberse cargado al Chanquete de los huevos de oro…—, claro que yo de ése me libré, tu-tu-tu-tumba tu-tu-tu-tumba tu-tu-tu-tumba..

Del que no me libro es de éste del 2010, lo mismo que me sucedió con el del 2009 y con otros todavía recientes y que ahora no me apetece lo más mínimo recordar.

El asunto se revela amenazadoramente metafórico cuando uno se hace la pregunta de si realmente le ha sacado partido a ese glorioso intervalo: ¿he aprovechado realmente el tiempo, dedicándome concienzudamente, en cuerpo y alma además, a no hacer otra cosa que vivirlo lo más de lo más despreocupadamente posible, eh?

Uno siempre tiene sus dudas: ¿De veras que no podría haber hecho mucho más en el sentido de hacer lo menos posible en lo tocante a todo aquello que incluso mínimamente suene a práctico y productivo, eh?

¿Cuando limpiaba la lechuga y los tomates para la ensalada de veras que estaba pasando el rato entretenido de la mejor manera, jugando lo más desprevenidamente posible; o acaso y por el contrario no estaría siendo incapaz de evitar evadirme de la puritísima distracción a base de concentrarme en fetiches bioecológicos, por ejemplo, sucumbiendo a alguno de esos irrefrenables reflejos autojustificativos, eh?

En fin, según mi experiencia, creo que no tardaré mucho en ir encontrando respuesta a todas estas cuestiones. Si cuando, junto con los días cada vez más cortos, al agobio de los tiempos grises y los aires destemplados se vaya sumando el ritmo monótono de los aguaceros interminables y todo ello junto y a la vez no me dé ganas de soltar alguna que otra más o menos discreta carcajada, entonces mala señal, y lo mismo me dará que se llame winter blues, por muy relamido que pueda sonar.

Aunque no sea cosa de fiarse mucho, al menos de momento las sensaciones parecen aceptables. Que se haya hecho corto el verano tampoco es necesariamente una mala señal, ni mucho menos…