viernes, 24 de septiembre de 2010

Elogio de Labordeta

Las manos de mi madre… Es el pensamiento que le quiero dedicar a Labordeta, sic (él mismo, a secas).
No quiero hablar de distancias aparentemente insalvables, sino de toda clase de oportunidades para la cercanía que venía siendo este señor (senior= señor): Podía explicar sin más, por ej, que aquel entregado aprendíz… de brujo, Federico Jiménez Losantos, era éso: un ensimismado chaval, lleno de ansias de saber; otro alumno suyo…


El cierzo calvinista me atañe más —ende mucho más que me preocupa— que el tornado bolchevique, pero no son tanto los polvos de la llanura desértica como para no saber apreciar que del horizonte se ha borrado otra sombra protectora, de ésas tan siempre dispuestas y frescas, tan y tan acostumbradas y acogedoras; y tan tan prontas a empezar la siguiente lección… del páramo siguiente…


He de decirte que me he quedado hasta el fin de la película, para verte cómo acababas, y que no he quedado decepcionado, sino terriblemente sorprendido. Las últimas veces que te había visto y oído estabas más cabal que nunca, lleno de vida, hablando de fontanería biológica con naturalidad veterinaria, y buscando prometedores horizontes desde las más inmediatas proximidades, como siempre; como desde tus principios…

Creo dejarte en las mejores manos: en las de esta hermanita que habla de las madres.

Betirako bedi, José Antonio Labordeta jauna.

 

 

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