Te recomendé el "Entre paréntesis" de Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953- Blanes, 2003) proponiéndotelo como un interesante complemento para la lectura de otras obras suyas de elección bastante más comprometida, ya que empezar con Bolaño suele ser para quedarse un buen rato.
Antes de seguir adelante, quizás conviene felicitarse de que, aunque las espumas del inminente tsunami ya se anuncien en el horizonte, todavía es posible hablar de este autor con relativa tranquilidad (e impunidad, también muy importante). No ha llegado todavía la hora en que habrá que andar escondiéndose en lugares sombríos y húmedos, poco concurridos por escasamente apetecibles, asegurándose bien antes de doblar cada esquina, tratando así de evitar la vorágine bolañuda (incluso ahora mismo seguiría siendo factible darse una vueltecilla curiosa por Blanes sin riesgo de la propia integridad emocional, opción que dentro de nada resultará descabellada siquiera de imaginar); (y sí, por evitarme la discusión, estoy dispuesto a admitir que puedo estar exagerando y mucho, pero es que todavía están bien frescos en mi memoria los tiempos en que era imposible dar cuatro pasos sin verse asaltado por algún taxonomista compulsivo de cronopios y famas, y no era cosa de broma); (del mismo modo que nunca más volveré a decirle a nadie que me interese que Rudyard Kipling es un buenísimo escritor, de acuerdo y blablablá, a la par que un plasta impresentable como autor, a mayor gloria de sus patrañas fascio-imperiales, pues esta cuestión ya me costó un disgusto que todavía me sigue escociendo en algunas noches sin luna).
Lo primero que leí de Roberto Bolaño fue el primer capítulo de "Estrella distante", un texto que encontré en la red y que me deslumbró. ET Juan me había hablado de "Los detectives salvajes", que estaba leyendo en ese momento, el pasado verano, y aunque sus recomendaciones, siempre a su manera sibilinamente discreta, luego suelen resultar jugosísimos plenos al 15, yo me sentía muy lejos de interesarme por un tocho que sonaba a ficción policiaca (justo ahora que está lloviendo a tochos de esa temática); de manera que, por no desestimar la propuesta, hice una búsqueda y di con ese primer capítulo de "Estrella distante".
Y que lo encargué en la librería y al mismo tiempo me hice con dos títulos disponibles en ese momento, el ya mencionado "Entre paréntesis" y "El gaucho insufrible". Y lo que más me interesó fue el "Entre paréntesis", una recopilación de columnas periodísticas, artículos, prólogos, discursos y conferencias, así como una última entrevista a Roberto Bolaño, cuando el escritor, a la espera de un trasplante hepático, se afanaba por concluir "2666": "ya va por la página 900 y todavía no la acaba", anota la entrevistadora, Mónica Maristain (la edición de que dispongo es de 1.119 páginas).
En esa misma entrevista Bolaño destaca a Ignacio Echevarría, editor tanto de "Entre paréntesis" como de "2666", como a uno de sus tres mejores amigos, distinción que se hace más expresa en la dedicatoria de "El gaucho insufrible", al pie de la permanente y casi invariable a Lautaro y Alexandra, sus hijos.
Este dato resulta interesante si se tiene en cuenta que se está hablando de dos casos de ediciones póstumas, pues tal sucede tanto con "2666" como con la recopilación "Entre paréntesis".
Volviendo a la cuestión del interés de "Entre paréntesis", sin duda una parte muy importante es la referida a la cocina literaria del autor, en la sección "Un narrador en la intimidad"; claro que también resultan igualmente ilustrativos, esclarecedores de un modo más o menos indirecto, otros muchos artículos como por ejemplo "El pasillo sin salida aparente", a propósito de una vuelta de visita a su Chile natal, después de 25 años de exilio, o "Las palabras y los gestos", un artículo en El País "escrito dos días después de la muerte de Camilo José Cela [como reacción] frente a las innumerables necrológicas que glosaban su figura en términos muy admirativos", según la nota del editor.
(Los de El País igual se lo tendrían que mirar esto que se traen con las necrológicas, y que el otro día culminaba con la de Luis García Berlanga en vivo y en directo, vía twitter, según explicaron. Uno no puede menos que acordarse de las inefables proezas del irundarra Juan Antonio Lecuona, periodista pionero en el desbarre funerario también, y que por cierto falleció el pasado 17 de agosto, a los 87 años: descanse en paz, pues)
Para acabar por hoy con lo de la cocina literaria de Roberto Bolaño, aunque no vaya pregonando eso del mucho amor que pone en sus recetas y tampoco es que aborde temas de gusto, precisamente, a la vista de los resultados se le puede creer cuando declara que escribir le gusta casi tanto como leer: como sale a colación a propósito de James Ellroy y su "Mis rincones oscuros" —altamente recomendable, por cierto, y del que tal vez merezca la pena tratar en otro momento— la cuestión vendría a ser mantener los ojos abiertos (y ya el no va más sería ser capaz de bailar la conga mientras el abismo devuelve la mirada).
Aparentes o no, debilidades, carencias y fragilidades de orden formal, en la obra de Roberto Bolaño se pueden percibir unas cuantas bastante significativas en principio —el en ese momento todavía permanente candidato al Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa venía a hablar de 100 primeras páginas extraordinariamente brillantes, creo recordar que a propósito de "Los detectives salvajes", y en todo caso espero que no sea a cuenta de "2666" y sus mil y pico—; claro que esa es una cuestión inherente al modo de producirse de Bolaño, que se arriesga a todo menos a perder de vista lo que realmente le interesa compartir con su lector.
Cuestiones aparentemente importantes, pues, esas debilidades, carencias y fragilidades, y perfectamente prescindibles si resultan no contar en lo que interesa: salvar el fuego, que es el caso que nos ocupa.
(Continuará…)
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