martes, 8 de junio de 2010

viernes, 4 de junio de 2010

Barraganía Times (1)

Hoy lo vi pasar,
sin querer se apoderaron de mí
antiguos sentimientos
que yo pensé que no existían en mí,
que estaban más que muertos,
tanto tiempo…

Hoy lo vi pasar,
sentí algo extraño que no puedo explicar
a menos que aún lo quiera,
porque la sangre me quemaba la piel
corriendo por mis venas,
qué condena…

Y recordé todos los buenos momentos
que viví a su lado,
cuando mi cielo lo llenó de estrellas
con su huella,
y me olvidé todo lo triste y lo malo
que pasó conmigo,
que fue por él todo lo que he sufrido,
por su olvido…

Hoy lo vi pasar,
me di cuenta que jamás lo olvidé,
que todavía lo quiero,
que está en mi vida,
que no pude olvidar
y que no soy de acero
si lo quiero.

(Hoy lo vi pasar según la canta Rocío Dúrcal. También muy recomendables las versiones de Jorge Ferreira El Canario y de José Jara, con el título de Hoy la vi pasar, entre otras variantes, particularmente interesantes en el caso de José Jara)


La barraganía llegó a ser en tiempos un oficio y también una floreciente categoría social, con su toque de prestigiosa distinción, además. Hasta que metieron mano en el asunto los del Concilio de Trento, que se habían puesto muy serios con lo del celibato clerical. Y sin duda que había de ser una cuestión importante, para entrar en el orden del día al lado de temas como la Inquisición, que pasaba a ser un procedimiento común —que lo digan los albigenses, si es que quedó alguno—, o la creación del Índice.

Según el DRAE, mientras que la voz barragán, seguramente proveniente del latín tardío baricán-baricanis y que a su vez vendría del gótico barika —de baro: hombre libre—, significa esforzado, valiente, mozo soltero o compañero (persona que se acompaña con otra), la barragana es en cambio en primer lugar concubina, la que vivía en la casa del que estaba amancebado con ella; o mujer legítima, aunque de condición desigual y sin el goce de los derechos civiles.

En realidad la barragana viene siendo la mujer del cura: su amante fija, y este es el sentido usual de este vocablo universal, saludablemente presente en el habla común de las naciones hispanoamericanas.

Desde sus mismos albores, por cierto, la literatura castellana también abunda en este sentido, hasta convertirlo prácticamente en el único posible.

En fin, lo que en primer lugar parece quedar bastante claro con todo lo anterior es que no es lo mismo ser barragana que barragán: ni parecido.

Ahora unas mujeres de curas han dado a conocer su situación: unas amantes de las sotanas, que es como en Italia conocen a las barraganas, han dirigido una carta abierta al papa Benedicto XVI.

"La idea de la carta surgió, después de que el Papa reiteró en varias ocasiones el carácter ‘sagrado’ del celibato. Nos dijimos, hay que reaccionar", explicó Stefanía Salomone, de 42 años, quien convivió cinco años con un sacerdote.

(www.elnuevodiario.com.ni/internacionales/75682)

(Continuará…)

jueves, 3 de junio de 2010

De diarios, blogs y bloques (y tochos)… (2)


Tuvimos un sirenito,
justo al año de casarmos,
con la cara de angelito,
pero cola de pescado…

(de La Sirenita) 


Mi cafetal

Porque la gente vive
criticándome,
paso la vida
sin pensar en na.
(bis)
Pero no sabiendo
que yo soy el hombre
que tengo un hermoso y
lindo cafetal…
(bis)

Nada me importa que
la gente diga que
no tengo plata.
que no tengo na.
(bis)
Pero no sabiendo que
yo soy el hombre que
tiene mi vida
bien asegurá…
(bis)


A su lado apenas se notan esos 6 tochetes de En busca del tiempo perdido, que ya es decir.

Una vez cierto caballero me comunicó que se lo había pasado excelsamente leyendo En busca… durante una travesía en barco.  Lo a gusto que estaba en una hamaca en cubierta, bien tapadito con su mantita, leyendo. Y me parece que la travesía era un  crucero por el Mediterráneo… En fin, creo recordar que no quise profundizar mucho.

Qué peligro cuando se vuelve transmutado de un viaje. La misma palabra lo dice todo: volver…

Algunas películas también suelen resultar tra(n)stornadoras. Y no digamos algunos libros…

Piróscafo… No se imaginaba uno que pudiera resultar una palabra tan mosqueante. Piróscafos por aquí, priróscafos por allá, a cada momento, a cuenta de cualquier cosa…

Igual que el dichoso turquesa, turquesa por aquí, turquesa por allá, todo el rato… Y ya cuando empieza a describir jamadas a lo bestia, uno puede acabar enfermo:

Habían transcurrido más de veinte años y el mariscal Pilsudski seguía ahí, de pie frente a mí, casi en el mismo lugar donde ahora humeaba, en medio de la mesa, un corzo recién sacado del asador, en cuyas sabrosas carnes Frank hundía, riendo, el largo filo de su cuchillo de caza.

Puro empalago de que si copas de cristal de esto y lo otro, y porcelanas de allí mismo y más allí, y que si las platas de faubergé y que si De Foxá se sacaba del bolsillo una botella de bordsbrännvin y mientras bebíamos discutíamos sobre cuál era la mejor variedad de aguardiente finlandés, si el bordsbrännvin, el pommeransbrännvin, el erikoisbrännvin o el rajamäkibrännvin

Ojo al parche:

Spin escuchaba la conversación y entendía perfectamente que se podía hacer otra cosa. Tutun si rabdare. Pero ¿esperar qué? El ministro Mameli y los funcionarios de la legación sabían muy bien qué era lo que esperaban ahí sentados, pálidos e inquietos, fumando un cigarrillo tras otro. Si por lo menos hubieran dicho algo que le revelase el misterio de esa angustiosa espera. La ignorancia en que se encontraba con respecto a los acontecimientos de ese día aciago y el porqué de esa espera añadía una inquietud mucho peor que cualquier incertidumbre al miedo provocado por el pavoroso estrépito de las bombas. Y no porque Spìn fuera un perro asustadizo. Spin era un magnífico perro inglés de pura raza, un perro ario en el mejor sentido de la palabra: por sus venas no corría una sola gota de sangre de color; un perro magnífico nacido en el mejor criadero de Sussex. No le temía a nada, ni siquiera a la guerra; Spin era un perro de caza, y la guerra, como todo el mundo sabe, es una partida de caza en la que los hombres son al mismo tiempo cazadores y piezas; un juego en que los hombres, armados con fusiles, se dan caza los unos a los otros. A Spin no lo asustaban los disparos; se habría lanzado contra todo un regimiento sin pestañear siquiera.

Ay, el Spin, si lo hubieran pillado el abuelo de Józef Teodor Konrad Korzeniowski y sus compañeros de odisea…

A propósito de la princesa Luise de Prusia, nieta del káiser Guillermo II (su padre, el príncipe Joaquín de Hohenzollern, muerto hacía unos años, era uno de los hermanos menores del Kronprinz):

Delante de Luise me sentía libre y natural como delante de una muchacha de pueblo o de una obrera; la elegancia de Luise residía en su naturalidad de muchacha de pueblo, en esa tristeza algo tímida, la misma que surge de una vida sin alegrías, de la eterna fatiga cotidiana, de las tinieblas de una existencia dura y mediocre. No había en ella ningún rastro de orgullo humillado, de triste renuncia, ni rastro de esa falsa modestia, ese pudor vanidoso o ese resentimiento inopinado que la gente común toma por signos de grandeza venida a menos; sólo una sencillez triste, algo así como una paciencia delicada e inconsciente, una nitidez apenas empañada, una inocencia antigua y noble, la fuerza oscura y paciente que reside en el fondo del orgullo. Delante de ella me sentía libre y natural como de lante de una de esas obreras que se ven a última hora de la tarde en los vagones delU-Bahn o por las caliginosas calles de los arrabales de Berlín, en los alrededores de los talleres, a la hora en que las obreras alemanas salen en grupo y se marchan a pie humilladas y tristes, seguidas a cierta distancia por la muchedumbre silenciosa y opaca de las muchachas descalzas, medio desnudas y desgreñadas que los alemanes toman como esclavas blancas durante sus razias en tierras de Polonia, Ucrania y Rutenia.

También el autor sabe reconocer las manos de los Hohenzollern, famosas por su brevedad, su delicadeza provinciana, más bien rechonchas, con el pulgar curvado hacia fuera, el meñique minúsculo y el dedo corazón sobresaliendo apenas entre los demás.

Otra joya: glabro:

Mientras leía un cartel de propaganda del Leibstandarte Adolf Hitler colgado en el vestíbulo de la estación (en el cartel, dos SS de rostro gótico, glabro y cortante, armados con fusiles ametralladores, con la cabeza cubierta con un gran casco de acero y una luz fría y cruel en sus ojos grises sobresalían con crudeza ante un paisaje de casas en llamas, árboles carbonizados y cañones hundido en el fango), noté que una mano se posaba en mi brazo.

Kapputt:

—(…) ¿Conoce usted el origen de la palabra kapputt? Es una palabra que proviene del hebreo koppâroth, que significa "víctima". El gato es un koppâroth, una víctima, es el reverso de Sigfrido; es un Sigfrido inmolado, sacrificado. Llega un momento, y éste es un elemento recurrente, en que también Sigfrido, el único, se convierte en gato, se convierte en koppâroth, en víctima, en kapputt. El sentido oculto de la historia reside en esa metamorfosis de Sigfrido a gato. (…) Vous avez reçu une très mauvaise éducation, Luise.
Je ne suis déjà plus Sigfried —dijo Luise—. Je suis plus près d'un chat que d'une princesse impériale.
—Oui, Luise, vous êtes plus près d'une ouvrière que d'une princess Hohenzollern.

 Con los nervios sometidos a tan dura prueba, a veces es posible percibir cierta chamusquina a lo Cuore de Edmundo de Amicis. Y también, intentando salvar las insalvables distancias, a las cosas del Areilza Conde de Motrico y demás compinches cuando se ponían de arrebato lírico (disponiéndose a pasar el cazo).

—Pin pin, cayó Berlín, pon pon, cayó Japón —cantaba el Chano Pozo.

Y también Primo Levi, a su manera lacónica, tenía cosas  que contar (y las contó).


(Continuará…)