jueves, 3 de junio de 2010

De diarios, blogs y bloques (y tochos)… (2)


Tuvimos un sirenito,
justo al año de casarmos,
con la cara de angelito,
pero cola de pescado…

(de La Sirenita) 


Mi cafetal

Porque la gente vive
criticándome,
paso la vida
sin pensar en na.
(bis)
Pero no sabiendo
que yo soy el hombre
que tengo un hermoso y
lindo cafetal…
(bis)

Nada me importa que
la gente diga que
no tengo plata.
que no tengo na.
(bis)
Pero no sabiendo que
yo soy el hombre que
tiene mi vida
bien asegurá…
(bis)


A su lado apenas se notan esos 6 tochetes de En busca del tiempo perdido, que ya es decir.

Una vez cierto caballero me comunicó que se lo había pasado excelsamente leyendo En busca… durante una travesía en barco.  Lo a gusto que estaba en una hamaca en cubierta, bien tapadito con su mantita, leyendo. Y me parece que la travesía era un  crucero por el Mediterráneo… En fin, creo recordar que no quise profundizar mucho.

Qué peligro cuando se vuelve transmutado de un viaje. La misma palabra lo dice todo: volver…

Algunas películas también suelen resultar tra(n)stornadoras. Y no digamos algunos libros…

Piróscafo… No se imaginaba uno que pudiera resultar una palabra tan mosqueante. Piróscafos por aquí, priróscafos por allá, a cada momento, a cuenta de cualquier cosa…

Igual que el dichoso turquesa, turquesa por aquí, turquesa por allá, todo el rato… Y ya cuando empieza a describir jamadas a lo bestia, uno puede acabar enfermo:

Habían transcurrido más de veinte años y el mariscal Pilsudski seguía ahí, de pie frente a mí, casi en el mismo lugar donde ahora humeaba, en medio de la mesa, un corzo recién sacado del asador, en cuyas sabrosas carnes Frank hundía, riendo, el largo filo de su cuchillo de caza.

Puro empalago de que si copas de cristal de esto y lo otro, y porcelanas de allí mismo y más allí, y que si las platas de faubergé y que si De Foxá se sacaba del bolsillo una botella de bordsbrännvin y mientras bebíamos discutíamos sobre cuál era la mejor variedad de aguardiente finlandés, si el bordsbrännvin, el pommeransbrännvin, el erikoisbrännvin o el rajamäkibrännvin

Ojo al parche:

Spin escuchaba la conversación y entendía perfectamente que se podía hacer otra cosa. Tutun si rabdare. Pero ¿esperar qué? El ministro Mameli y los funcionarios de la legación sabían muy bien qué era lo que esperaban ahí sentados, pálidos e inquietos, fumando un cigarrillo tras otro. Si por lo menos hubieran dicho algo que le revelase el misterio de esa angustiosa espera. La ignorancia en que se encontraba con respecto a los acontecimientos de ese día aciago y el porqué de esa espera añadía una inquietud mucho peor que cualquier incertidumbre al miedo provocado por el pavoroso estrépito de las bombas. Y no porque Spìn fuera un perro asustadizo. Spin era un magnífico perro inglés de pura raza, un perro ario en el mejor sentido de la palabra: por sus venas no corría una sola gota de sangre de color; un perro magnífico nacido en el mejor criadero de Sussex. No le temía a nada, ni siquiera a la guerra; Spin era un perro de caza, y la guerra, como todo el mundo sabe, es una partida de caza en la que los hombres son al mismo tiempo cazadores y piezas; un juego en que los hombres, armados con fusiles, se dan caza los unos a los otros. A Spin no lo asustaban los disparos; se habría lanzado contra todo un regimiento sin pestañear siquiera.

Ay, el Spin, si lo hubieran pillado el abuelo de Józef Teodor Konrad Korzeniowski y sus compañeros de odisea…

A propósito de la princesa Luise de Prusia, nieta del káiser Guillermo II (su padre, el príncipe Joaquín de Hohenzollern, muerto hacía unos años, era uno de los hermanos menores del Kronprinz):

Delante de Luise me sentía libre y natural como delante de una muchacha de pueblo o de una obrera; la elegancia de Luise residía en su naturalidad de muchacha de pueblo, en esa tristeza algo tímida, la misma que surge de una vida sin alegrías, de la eterna fatiga cotidiana, de las tinieblas de una existencia dura y mediocre. No había en ella ningún rastro de orgullo humillado, de triste renuncia, ni rastro de esa falsa modestia, ese pudor vanidoso o ese resentimiento inopinado que la gente común toma por signos de grandeza venida a menos; sólo una sencillez triste, algo así como una paciencia delicada e inconsciente, una nitidez apenas empañada, una inocencia antigua y noble, la fuerza oscura y paciente que reside en el fondo del orgullo. Delante de ella me sentía libre y natural como de lante de una de esas obreras que se ven a última hora de la tarde en los vagones delU-Bahn o por las caliginosas calles de los arrabales de Berlín, en los alrededores de los talleres, a la hora en que las obreras alemanas salen en grupo y se marchan a pie humilladas y tristes, seguidas a cierta distancia por la muchedumbre silenciosa y opaca de las muchachas descalzas, medio desnudas y desgreñadas que los alemanes toman como esclavas blancas durante sus razias en tierras de Polonia, Ucrania y Rutenia.

También el autor sabe reconocer las manos de los Hohenzollern, famosas por su brevedad, su delicadeza provinciana, más bien rechonchas, con el pulgar curvado hacia fuera, el meñique minúsculo y el dedo corazón sobresaliendo apenas entre los demás.

Otra joya: glabro:

Mientras leía un cartel de propaganda del Leibstandarte Adolf Hitler colgado en el vestíbulo de la estación (en el cartel, dos SS de rostro gótico, glabro y cortante, armados con fusiles ametralladores, con la cabeza cubierta con un gran casco de acero y una luz fría y cruel en sus ojos grises sobresalían con crudeza ante un paisaje de casas en llamas, árboles carbonizados y cañones hundido en el fango), noté que una mano se posaba en mi brazo.

Kapputt:

—(…) ¿Conoce usted el origen de la palabra kapputt? Es una palabra que proviene del hebreo koppâroth, que significa "víctima". El gato es un koppâroth, una víctima, es el reverso de Sigfrido; es un Sigfrido inmolado, sacrificado. Llega un momento, y éste es un elemento recurrente, en que también Sigfrido, el único, se convierte en gato, se convierte en koppâroth, en víctima, en kapputt. El sentido oculto de la historia reside en esa metamorfosis de Sigfrido a gato. (…) Vous avez reçu une très mauvaise éducation, Luise.
Je ne suis déjà plus Sigfried —dijo Luise—. Je suis plus près d'un chat que d'une princesse impériale.
—Oui, Luise, vous êtes plus près d'une ouvrière que d'une princess Hohenzollern.

 Con los nervios sometidos a tan dura prueba, a veces es posible percibir cierta chamusquina a lo Cuore de Edmundo de Amicis. Y también, intentando salvar las insalvables distancias, a las cosas del Areilza Conde de Motrico y demás compinches cuando se ponían de arrebato lírico (disponiéndose a pasar el cazo).

—Pin pin, cayó Berlín, pon pon, cayó Japón —cantaba el Chano Pozo.

Y también Primo Levi, a su manera lacónica, tenía cosas  que contar (y las contó).


(Continuará…)

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